La difícil situación financiera de la sanidad
pública y de las arcas de las administraciones en general hace aflorar
nuevamente un debate que parece finalmente inaplazable: el del copago de los
servicios de salud. Hasta hace muy poco, antes del estallido de la dura crisis
que estamos viviendo, este asunto era percibido como un tabú entre los
políticos, por miedo a un elevadísimo rechazo popular. Siempre que esta
posibilidad se lanzaba desde medios profesionales o académicos, los partidos
tendían a eludir la discusión de fondo. Los recortes en los servicios básicos y
las tensiones que estas medidas ocasionan provocan que la hipótesis del copago
aparezca bajo una nueva perspectiva. La semana pasada fue la Unió Catalana
d'Hospitals, patronal que agrupa a casi un centenar de centros sanitarios
privados y concertados, quien se mostró a favor de explorar una fórmula de
copago para poder defender el sistema.
Objetivos: Conseguir mantener la sanidad pública
española mediante: hacer más eficiente el uso de la sanidad (que la gente no
vaya por ir que es gratis) y conseguir más financiación de la misma.
En nueve de los
15 países de la UE-15 existen copagos para todos los tipos de servicios:
visitas médicas, hospitalizaciones, farmacia, atención dental y otros servicios, como urgencias, pruebas diagnósticas, transporte sanitario, prótesis, etc. De esos nueve países, siete tienen un sistema de salud que responde al modelo de Seguridad Social (modelo Bismark) y dos son países nórdicos (Finlandia y Suecia) con sistema nacional de salud tipo Beveridge. Los sistemas de seguridad social suelen tener un grado de cobertura mayor, estipulada y delimitada explícitamente, con gran nivel de elección y muchos copagos.
visitas médicas, hospitalizaciones, farmacia, atención dental y otros servicios, como urgencias, pruebas diagnósticas, transporte sanitario, prótesis, etc. De esos nueve países, siete tienen un sistema de salud que responde al modelo de Seguridad Social (modelo Bismark) y dos son países nórdicos (Finlandia y Suecia) con sistema nacional de salud tipo Beveridge. Los sistemas de seguridad social suelen tener un grado de cobertura mayor, estipulada y delimitada explícitamente, con gran nivel de elección y muchos copagos.
En los sistemas
nacionales de salud del norte de Europa la cobertura suele ser, asimismo,
amplia, pero también se pagan más impuestos y hay bastantes copagos, aunque
limitados en cuantía y normalmente vinculados al nivel de renta. En ningún país
se equipara acceso universal con gratuidad absoluta en el momento de utilizar
los servicios.
Es bien conocido
que cuando algo está plenamente asegurado, los individuos tendemos a mostrar
menos cuidado en conservarlo y cuidarlo. Además, como "ya hemos
pagado" y nos cuesta cero en el momento de consumo, tendemos a
sobreconsumirlo. El objetivo de los copagos es triple: moderar el consumo,
corresponsabilizando a los ciudadanos; conseguir que los servicios que se dejan
de consumir sean los de menos valor para no afectar a la salud; y, en
ocasiones, servir de fuente adicional de financiación de la sanidad. Mal
aplicados, sin embargo, tienen problemas.
Si no se
establecen límites o techos máximos, pueden constituir un "impuesto"
sobre los más enfermos. Si no se vinculan al nivel de renta (pudiendo llegar a
la exención), la carga del copago acaba siendo mucho mayor, en términos
relativos, en el caso de los pobres que en el de los ricos. Si se establecen de
manera uniforme, sin tener en cuenta la efectividad del servicio o tratamiento,
dejan al paciente la difícil decisión de discriminar entre lo de más valor y lo
de menos valor.
Si afectan solo
a un tipo de bienes o a un nivel asistencial, se corre el riesgo de que se
produzcan desviaciones del consumo hacia aquellos bienes o niveles no afectados
y el coste termine por ser mayor. Finalmente, si no se protege a los pobres y
los más enfermos, puede haber un efecto compensación y llegar a generar más
gasto del que se ahorra debido al empeoramiento de la salud de los enfermos más
graves. Por eso, el debate sobre el copago no se debe plantear como una
disyuntiva extrema entre el sí y el no.
En España, el
diseño del copago en los medicamentos es demasiado simple y no ha cambiado
desde 1978: solo se aplica a los trabajadores activos, que pagan un 40% del
coste de la receta, con la excepción de ciertos medicamentos para tratamientos
crónicos en los que el copago es del 10%, con un límite de 2,64 euros. Durante
este tiempo hemos tenido ocasión de comprobar que fomenta el sobreconsumo. El
cambio de estatus de no pensionista a pensionista supone un aumento
significativo del número de recetas que de otra forma no se habría producido
(riesgo moral): el consumo por individuo aumenta alrededor del 25% en el primer
año de gratuidad. El impacto financiero para el sector público (gratuidad más
riesgo moral) puede suponer un incremento del gasto de más del 100%.
El copago sanitario tiene, habitualmente,
dos objetivos. Por un lado, se aplica con un fin recaudatorio, obvio en estos
momentos en que la falta de recursos se hace sentir con más fuerza. Por otro, y
tal vez más importante, su misión es actuar como un regulador de los flujos de
usuarios, para evitar el uso inadecuado de determinados centros o servicios y
mejorar la eficiencia general. Son muchos los actores implicados que vinculan
el copago a la sustitución de un enfoque igualitarista por un nuevo enfoque que
busque la equidad a partir de los niveles de renta de cada ciudadano; en este
sentido, es poco explicable que hoy, por ejemplo, un jubilado con una situación
económica holgada reciba medicamentos gratis y no lo haga un parado con una enfermedad
crónica. En definitiva, el copago debería servir para repartir el esfuerzo de
forma más justa y para hacer más eficaz el conjunto del sistema de salud.
Desde Catalunya, donde el debate sobre el copago
está más presente que en otros territorios, no pueden soslayarse dos elementos
cruciales. En la sociedad catalana hay un 25% de la población que tiene doble
cobertura sanitaria a través de mutuas o aseguradoras privadas, extremo que
sirve para descongestionar los centros públicos, sobre todo en el capítulo de
enfermedades y casos menos graves. Asimismo, el horizonte del copago es algo
que no puede acometer ninguna comunidad autónoma en solitario, pues ello
provocaría disfunciones y problemas mayores de los que hoy existen. Este debate
debe llevarse a cabo, pues, con serenidad y transparencia, a nivel general
español, y precisa el concurso y un amplio acuerdo de los partidos, los
sindicatos, las patronales y el mayor número de entidades representativas del
sector.
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